martes, 16 de octubre de 2012

No hay tiempo.

No hay tiempo.

Cada cosa en su momento y lugar. Ayer me regalaste una mentira y hoy me das un beso enredado en mi complicidad. No hay tiempo, va a llover que da miedo y no hay que darle chance a un resfriado. Llévate un abrigo y un paraguas. El tiempo no da vuelta atrás. Por esta época no es que llueva mucho, pero el cielo también se quiere despedir, cantarte las canciones del adiós, delatar la amargura que tengo en el corazón. Toma unos trozos de pan, que no te de hambre en el largo camino que empiezas a recorrer. Recuérdanos con orgullo, sin la tristeza, sin el cansancio de estos años por sobrevivir. No hay tiempo, vete ya.
Como si cada salida del barrio, atravesando los charcos centenarios, estuviera condenada a ser un viaje sin regreso, una odisea postmoderna hacia una ciudad fracturada en dos, cercenada por una calle larga y polvorienta, pero que a pesar de todo podemos obstinarnos a verla tan poética y bella como el sueño atravesado por un río o la mismísima sucursal del cielo. Pero como ya lo sabemos, no hay tiempo; cada cual por su lado y con su pequeñísimo mundo limitado a unas cuantas calles, los rostros familiares, la rumba eterna que carcome los espacios y los sentidos de una ciudad que se opone a ser devastada por el estereotipo. No hay tiempo para ver que apenas sale el sol los farallones se despiertan y levantan la mirada vigilante sobre el valle majestuoso, no hay tiempo para sentir el calor de la mañana que acaricia la piel y la reconforta.
Para qué escribir sobre esta ciudad?
Para curarse, para huir, para conocerse?
Para hechizar, para interpretar, para leer?
Para ser leído, para encriptar, para despistar?
Para qué respiro, para qué me gasto los ojos frente al computador e intento sacar algo a la fuerza, contra la voluntad del universo. Pura terquedad y valentía innecesaria. Para qué me miro en unas letras que mutan tan rápido de sentido, que se confunden con una semiología incomprensible, inaceptable. Estoy tratando de encontrar un cáliz sagrado entre los trastos de la cocina, una epopeya en un chiste mal contado, un suspiro del viento pasando por los espaciecitos de la ventana cerrada que suena como fantasmas que me aterraban cuando era niño y tenía la pierna enyesada. Estoy intentando recordar un cuadro, una foto congelada de los sueños surreales guardada en los archivos de lo inconmensurable. Y esta ciudad se me pierde entre los libros y las películas, esta ciudad se me confunde con todas las ciudades del mundo, con las que han existido y existirán, con las esperanzas y los sueños de sus habitantes, con sus pesadillas y frustraciones también, porque esta ciudad está hecha de seres humanos.
Y me pregunto quién soy yo. Una maraña de sin sentidos, un mundo agonizante que se resiste a dejar de existir y se reproduce como un virus en la cabeza de los demás. Pero qué importa, lo que pasa es que esta ciudad está tan fría como para notar que uno empieza a desvariar cuando llega la media noche… Sharp, distance. How can the wind with this arms all around me,I feel lost in the city… esa canción ya me la sé, la percusión en aparente contra tiempo, tan pedante, tan insumisa que dan ganas de parar la neurosis y seguir durmiendo. Como si se pudiera…
Pero no hay tiempo, hay que seguir buscando las imágenes ocultas entre el cemento, hay que seguir contando la odisea de una ciudad que solo se encuentra y se edifica con cada palabra escrita… La utopía de una ciudad que da tregua para soñar.

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