jueves, 18 de octubre de 2012

Fragmento II

Los libros dicen una cosa, la vida enseña otras. Al principio no entendía nada de lo que hacía; me la paso toda la mañana descubriendo en el diccionario del abuelo, el más ortodoxo de la Real Academia Española, la etimología de las palabras que había sacado aparte en un cuaderno. Terminada la segunda hoja me parecieron demasiadas, por lo que recriminé a mi memoria, mi ignorancia y la falta de concentración. Reinicié la lectura con un café y un cigarrillo arrugado que encontré en el maletín de la universidad. “Los hombres abandonaron su estado natural en el momento de empezar a limitar el mundo a su estrecha mente; se nominalizó, se simbolizó, se significó, ¡que viva la evolución!; nos desplazamos, nos multiplicamos, arrasamos, nos dominamos, no nos dejamos, ¡viva la revolución!, nos enriquecemos, nos matamos…” Cosas muy peculiares suceden en este mundo.
De los bosques tropicales, madera de la fina. Gente sacrificándose cortando la madera, transportándola, transformándola. Toda la teoría económica clásica en una mesita común y corriente, en una cafetería cerca de un museo cualquiera. Sentadito él, bien sentadito en su asientito de tradición polimérica industrial de occidente. Intelectualito él, con sus movimientos ambiguos al endulzar el café, el obligado cruce de pierna; ensimismamiento mesiánico intentando reducir sus contradicciones de la manera menos dialéctica posible, porque Hegel la estaba cagando, porque el mundo es complicado ya, y a punto de ideas peor. Esto no es precisamente la casita del Demiurgo. ¡Un poquito de respeto por favor!
Si en lugar de haber caído una manzana hubiera sido un aguacate, ¿sería la gravedad algo diferente de un guacamole? No hay manera de saberlo sin evidencia. El vapor caliente del café entra por el espacio intertextual de las ideas, descomponiendo la materialidad de ciertas pulsiones vitales: sudar, temblar. Esta aterrorizado y asqueado de estar sentado ahí, en una mesa inofensiva, tomando café descafeinado; un nombre y un lugar, con medio centenar de personas atestando el ambiente con divagaciones insípidas, con olor a sentido común. No está enfermo para sentirse tan mal. Los médicos saben de medicina, los chamanes adivinan y etiquetan: depresivo, paranoico, neurótico, histérico, pesimista recalcitrante. Manías perversas para sacar plata del incauto. La pirotecnia de estos tiempos deslumbra las muchedumbres ávidas de experiencia, de goce fácil, de adrenalina embrutecedora. Caminando hacia el futuro se encuentra uno con que está muy lejos y los caramelos son demasiado sospechosos. Sin embargo los entusiastas los devoran, con la consecuente indigestión necesaria para dejar el rastro hediondo a los que vienen atrás. Es obvio, la mierda es metafísica y viceversa.
Trata de atrapar las pasiones con una pequeña línea y un anzuelo y como carnada una palabra. Se queda esperando al borde de un suspiro para pescar una y tener la necesidad de escribir sobre su forma, su historia, su muerte en las aguas de la memoria. No hay manera más hermosa de purificar las caricias y los besos, que no sean de nadie, retornarlos a la nada. Eternizar.
If you should go skating on the thin ice of the modern life”… “Don’t be surprised when a crack in the ice appears under you feet”. Alguien dijo lo que “yo” pensé. En alguna parte alguien sintió lo que siento “yo”. Solidaridad con el sufrimiento pangéico. Cada minuto vivido, cada palabra expulsada con aliento rebelde, el karma renovado de lo que no se puede cambiar se enreda y se oculta entre las imágenes del televisor, en las notas de la canción que está sonando, en los constructos científicamente concebidos para mostrarme la verdad. “¿Do you want my blood, do you want my tears? ¿What do you want?”… “Play these strings until my fingers are raw”. Intentos de fuga vanidosamente ridículos, estruendosamente inútiles. Representar a petición del público las mismas sentencias y las mismas necedades.
La ciudad está tranquila, ventea agradablemente, los carros fluyen con facilidad, unos venden y otros compran, las caras se chocan y las miradas se esquivan, los atrevidos preguntan y los descarados contestan. Sobre la mesa unas hojas amarillas de un cuaderno, en las hojas simples fisgoneos sobre “la dura realidad”. Mientras tanto no hay nada que decir.

1 comentario:

  1. Otra vez tremendo, otra vez alimentando el hambre que me carcome a veces, la sed que me deja en desiertos, de almas incomprendidas; sed y hambres de verdaderas filosofías, de poder zambullirme en aguas que no a todos les invita, su alma...
    Gracias.

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