martes, 4 de junio de 2013

Música para dormir.

Yo era el niño que todas las noches repasaba el mismo casette, el concierto de Supertramp en París. El Crimen del Siglo abría las puertas del sueño.

Soñaba que este valle volvía a ser un pantano atemporal, que los árboles recuperaban en una sola noche el suelo arrebatado por el cemento, que los jaguares masticaban miembros de peatones desprevenidos. Luego, alguna serenidad uterina llegaba y todo era sordo, de algún amarillento anciano. Yo era el que renacía cada mañana de entre las entrañas del miedo y las tumbas de los dioses. Cada amanecer se derruía un templo hasta que la inocencia abandonó el cuarto.

Quedó la costumbre de no creer en nada y de enjuiciar las seguridades. ¿A qué aferrarse? A todas las preguntas y las posibilidades de respuestas, a las especulaciones de las sombras, eso que permanece y no se oculta. Ahora, de vez en cuando, puedo ver una luz que se prende y se apaga, que aparece y desaparece en ese horizonte discontinuo.

Es una canción inagotable.